martes, 29 de mayo de 2007

Cuidar y educar en tiempos difíciles.



RESUMEN(Jorge Apel)
Quizá los tiempos siempre fueron difíciles de algún modo, especialmente para criar y educar niños. Pero cada época tiene su particular dificultad.
El siglo XX, especialmente a partir de la Segunda Guerra, nos plantea una serie de rápidas y profundas transformaciones que resumimos en tres grandes procesos: La Revolución tecnológica, la Revolución femenina, y la Revolución juvenil.
En los tres casos, se trata bruscos incrementos de autonomía, que redundan en que parecemos “crear más información de la que podemos absorber, alentar mayor interdependencia de la que podemos administrar e impulsar cambios con una celeridad que nadie puede seguir”. Con lo cual demostramos además, la existencia del “efecto bisagra”, o realimentación paradojal, donde para decirlo brevemente, de causas buenas surgen efectos malos y viceversa, y debemos hacernos cargo no sólo de los problemas, sino también de los efectos no deseados de las soluciones que proponemos para ellos.
Entre esos efectos, se encuentra, en lugar destacado para nuestro tema, la alteración de las relaciones intergeneracionales, que subyacen a cualquier proceso educativo sistemático, ya sea en el ámbito familiar como en el escolar: la antigua asimetría de poder y conocimiento se ha quebrado y los beneficios de una mayor autonomía, paradójicamente, trastornan a veces de modo incomprensible la relación entre adultos y jóvenes.
De la que llamamos “Cultura del cumplimiento”, propia de las sociedades tradicionales, entradas en crisis precisamente a partir de la segunda posguerra, hemos pasado, en un clásico movimiento pendular, a su opuesta, pero equivalente “Cultura de la transgresión”; del lema “lo que no está prohibido es obligatorio” de la primera, pasamos al “prohibido prohibir” de la segunda, oscilación en la cual de algún modo nos hallamos aún empantanados.
Proponemos una alternativa superadora, la “Cultura del Cuidado”, basada en los aspectos legítimos de las otras (el afán de orden y el afán de libertad), pero enmarcándolos en el paradigma del Cuidado de la Supervivencia, que a nuestro juicio, se sustenta básicamente en el Cuidado de la Convivencia.
Hoy por hoy, el clásico triángulo padres-niños-maestros, ha visto alterada su antigua funcionalidad, ya que la tácita alianza entre adultos acerca de las formas correctas de educar a los chicos, se ha disuelto.
Y a eso se agrega la aparición de una tercera instancia socializadora, los Medios Masivos, que no se proponen intencionalmente educar, pero, paradójicamente, suelen contar con recursos muy poderosos y una capacidad de influencia en las mentes de las personas, difícilmente igualable por cualquier otro medio, humano y/o técnico.
Según algunas investigaciones, para que un niño crezca razonablemente sano se requieren ciertas condiciones básicas que se consolidan en general sobre la base de tres alianzas fundamentales:
1) La que se establece entre dos individuos con diferentes historias, expectativas y recursos que deciden continuar la vida juntos y deben negociar lo necesario para que eso sea posible.
2) La que esa pareja debe establecer, en cuanto padres, respecto de sus hijos y de las responsabilidades recíprocas entre ellos y con los menores a cargo.
3) La que la familia como unidad (sea cual fuere la estructura que adopte), debe establecer con otras instituciones del ámbito social, con la aceptación de la diversidad que eso supone. En particular, la alianza familia-escuela.
Son múltiples los desafíos que actualmente deben afrontar ambas instituciones, en especial porque no siempre les resulta fácil considerarse socios en lugar de rivales.
Uno de los más acuciantes es el lamentablemente de moda fenómeno del “bullying” o acoso escolar entre pares, que no sólo trascurre en general a espaldas de los adultos responsables, sino que puede llegar ocasionar daños físicos o psíquicos de gravedad. Es un tema arduo y muy nuevo en el ámbito reflexivo, que seguramente merecerá atención especial en los próximos tiempos.
Cuando se constatan este y otros problemas que afectan a la convivencia ciudadana, suele hablarse de que se trata de problemas de educación. A través de un deslizamiento frecuente, se traduce eso como problemas escolares, con lo cual suele generarse un nuevo círculo vicioso paradojal, al endosarle a la escuela, ya de por sí bastante exigida, que resuelva cuestiones que ninguna otra instancia social parece ser capaz de resolver, y para la cual la escuela suele carecer de los recursos apropiados.
En general, estos reclamos van acompañados de apelación a los valores, en términos que resulta difícil transferir a la toma concreta de decisiones en situaciones conflictivas.
En otras palabras, todos estaríamos de acuerdo en que es mejor el amor que el odio y la solidaridad que la discriminación, pero a la hora de resolver los conflictos humanos, las cosas no son tan claras, ya que lo que llamamos “valores”, suelen formar parte de un conglomerado no siempre homogéneo e integrado por elementos susceptibles de entrar en conflicto. Por ejemplo: cuando decimos una mentira piadosa, reconocemos de hecho la tensión entre valores y elegimos el valor piedad, por sobre el valor verdad.
En el afán de contribuir a plantear las cosas de modos más efectivos, proponemos una serie de valores-creencias-actitudes, que consideramos susceptibles de aprendizaje, tanto en el ámbito familiar como extrafamiliar, que se basan en los que consideramos “Valores de la Civilización”, entendidos como aquellos requisitos fundantes de la convivencia humana y, en último término, garantes de su supervivencia.
Según ellos, consideramos más civilizado a quien: _ Tiene modos menos violentos de resolver las controversias.
_ Tiene una mirada de largo plazo sobre lo que es más conveniente para sí mismo y para el conjunto.
_ Reacciona de un modo proporcional a las causas de su conducta.
_ Controla mejor sus impulsos. Hace prevalecer la colaboración por sobre la rivalidad.
_ Cumple más y mejor sus acuerdos y compromisos y favorece así la confianza mutua y la reciprocidad.
_ Asume plenamente la existencia de los otros y el hecho de que su conducta los afecta. Puede ponerse en lugar de ellos.
_ Se hace responsable de las consecuencias de sus decisiones.
_ Es capaz de distinguir la reciprocidad, reconoce el bien que recibe y el mal que ocasiona.
_ Es capaz de privarse de cometer actos que perjudiquen el bienestar de los otros o el sentido de la situación que comparten.
_ Acepta la Ley, como principio ordenador supremo de los intercambios humanos.
Lic. Rolando Martiñá

Esta charla fue realizada en la FUNDACIÓN TELEFÓNICA
EDUCARED/ ENTREPADRES
Conferencia: “Cuidar y educar en tiempos difíciles”
Disertante: Lic. Rolando Martiñá
Sede: Espacio Telefónica, Arenales 1540, Capital.
Fecha: 17/05/07
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