jueves, 17 de mayo de 2007

La condesa sangrienta.



PIZARNIK ALEJANDRA - LA CONDESA SANGRIENTA

Valentine Penrose ha recopilado documentos y relaciones acerca de un personaje
real e insólito: la condesa Báthory, asesina de 650 muchachas.

Excelente poeta (su primer libro lleva un fervoroso prefacio de Paul Éluard), no
ha separado su don poético de su minuciosa erudición. Sin alterar los datos
reales penosamente obtenidos, los ha refundido en una suerte de vasto y hermoso
poema en prosa.
La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que
Valentine Penrose se desentiende de ellas para concentrarse exclusivamente en la
belleza convulsiva del personaje.
No es fácil mostrar esta suerte de belleza. Valentine Penrose, sin embargo, lo
ha logrado, pues juega admirablemente con los valores estéticos de esta
tenebrosa historia. Inscibe el reino subterráneo de Erzébet Báthory en la sala
de torturas de su castillo medieval: allí, la siniestra hermosura de las
criaturas nocturnas se resume en una
silenciosa de palidez legendaria, de ojos dementes, de cabellos de color
suntuoso de los cuervos.
Un conocido filósofo incluye los gritos en la categoría del silencio. Gritos,
jadeos, imprecaciones, forman una "sustancia silenciosa", la de este subsuelo es
maléfica. Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas
y horribles sirvientas son figuras silenciosas que traen, fuego, cuchillos,
agujas, atizadores; que torturan muchachas, que luego las entierran. Como el
atizador o los cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta
sombría ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa.

LA VIRGEN DE HIERRO

...parmi les rires rouges
des lévres luiantes et les gestes
monstrueux des femmes mécaniques.

R. DAUMAL

Había en Nüremberg un famoso autómata llamado la "Virgen de Hierro". La condesa
Báthory adquirió una réplica para la sala de torturas de su castillo de Csejthe.
Esta dama metálica era del tamaño y del color de la criatura humana. Desnuda,
maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, un mecanismo
permitía que sus labios se abrieran en una sonrisa, que los ojos se movieran. La
condesa, sentada en su
trono, contempla. Para que la "Virgen" entre en acción es preciso tocar algunas
piedras preciosas de su collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos
mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para que se cierren en
perfecto abrazo sobre lo que esté cerca de ella --en este caso una muchacha. La
autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo vivo del cuerpo de
hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los senos maquillados de la dama de
hierro se abren y aparecen cinco puñales que atraviesan a su viviente compañera
de largos cabellos sueltos como los suyos. Ya consumado el sacrificio, se toca
otra piedra del collar: los brazos caen, la sonrisa se cierra así como los ojos,
y la asesina vuelve a ser la "Virgen" inmóvil en su féretro.


MUERTE POR AGUA


Está parado. Y está parado de
modo tan absoluto y definitivo
como si estuviese sentado.

W. GOMBROWICZ

El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la
carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su
séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas.
Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa
viaje. Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida,
apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aun cuando vuelve a
detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está
desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas
sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se
vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un
leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde
emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie,
erguida, muerta.


LA JAULA MORTAL

...Des blessures écarlates et noires écla-
tent dans les chairs superbes.
RIMBAUD
Tapizada con cuchillos y adornada con filosas puntas de acero, su tamaño admite
un cuerpo humano; se la risa mediante una polea. La ceremonia de la jaula se
despliega así:
La sirvienta Dorkó arrastra por los cabellos a una joven desnuda; la encierra en
la jaula; alza la jaula. Aparece la "dama de éstas ruinas", la sonámbula vestida
de blanco. lenta y silenciosa se sienta en un escabel situado debajo de la
jaula.
Rojo atizador en mano, Dorkó azuza a la prisionera quien, al retroceder -y eh
aquí la gracia de la jaula-, se clava por si misma los filosos aceros mientras
su sangre mana sobre la mujer pálida que la recibe impasible con los ojos
puestos en ningún lado. Cuando se repone de su trance se aleja lentamente. Han
habido dos metamorfosis: su vestido blanco , ahora es rojo y donde hubo una
muchacha hay un cadáver.

TORTURAS CLÁSICAS

Fruits purs de tout outrage et vierges de gerçures.
Dont la chair lisse et ferme appelait les morsures!

BAUDELAIRE


Salvo algunas inferencias barrocas --tales como la "Virgen de hierro", la muerte
por agua o la jaula-- la condesa adhería a un estilo de torturar monótonamente
clásicoq ue se podría resumir así: Se escogían varias muchachas altas, bellas y
resistentes --su edad oscilaba entre los 12 y los 18 años-- y se las arrastraba
a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la
condesa. Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del
cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; les
aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con
tijeras o cizallas; les punzaban las llagas; les practicaban incisiones con
navajas (si la condesa se fatigaba de oír gritos les cosían la boca; si alguna
joven se desvanecía demasiado pronto se la auxiliaba haciendo arder entre sus
piernas papel embebido en aceite). La sangre manaba como un geiser y el vestido
blanco de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y
cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?). También
los muros y el techo se teñían de rojo. No siempre la dama permanecía ociosa en
tanto los demás se afanaban y trabajaban en torno a ella. A veces colaboraba, y
entonces, con gran ímpetu, arrancaba la carne --en los lugares más sensibles--
mediante pequeñas pinzas de plata, hundía agujas, cortaba la piel de entre los
dedos, aplicaba a las plantas de los pies cucharas y planchas enrojecidas al
fuego, fustigaba (en el curso de un viaje ordenó que mantuvieran de pie a una
muchacha que acababa de morir y continuó fustigándola aunque estaba muerta);
también hizo morir a varias con agua helada (un invento de su hechicera Darvulia
consistía en sumergir a una muchacha en agua fría y dejarla en remojo toda la
noche). En fin, cuando se enfermaba las hacía traer a su lecho y las mordía.
Durante sus crisis eróticas, escapaban de sus labios palabras procaces
destinadas a las supliciadas. Imprecaciones soeces y gritos de loba eran sus
formas expresivas mientras recorría, enardecida, el tenebroso recinto. Pero nada
era más espantoso que su risa. (Resumo: el castillo medieval; la sala de
torturas; las tiernas muchachas; las viejas y horrendas sirvientas; la hermosa
alucinada riendo desde su maldito éxtasis provocado por el sufrimiento ajeno.)
...sus últimas palabras, antes de deslizarse en el desfallecimiento concluyente,
eran: "Más, todavía más, más fuerte!"
No siempre el día era inocente, la noche culpable. Sucedía que jóvenes
costureras aportaban, durante las horas diurnas, vestidos para la condesa, y
esto era ocasión de numerosas escenas de crueldad. Infaliblemente, Dorkó hallaba
defectos en la confección de las prendas y seleccionaba a dos o tres cupables
(en ese momento los ojos lóbregos de la condesa se ponían a relucir). Los
castigos a las costureritas --y a las jóvenes sirvientas en general-- admitían
variantes. Si la condesa estaba en uno de sus excepcionales días de bondad,
Dorkó se limitaba a desnudar a las culpables que continuaban trabajando
desnudas, bajo la mirada de la condesa, en los aposentos llenos de gatos negros.
Las muchachas sobrellevaban con penoso asombro esta condena indolora pues nunca
hubieran creído en su posibilidad real. Oscuramente, debían de sentirse
terriblemente humilladas pues su desnudez las ingresaba en una suerte de tiempo
animal realzado por la presencia "humana" de la condesa perfectamente vestida
que las contemplaba. Esta escena me llevó a pensar en la Muerte --la de las
viejas alegorías; la protagonista de la Danza de la Muerte. Desnudar es propio
de la Muerte. También lo es la incesante contemplación de las criaturas por ella
desposeídas. Pero hay más: el desfallecimiento sexual nos obliga a gestos y
expresiones del morir (jadeos y estertores como de agonía; lamentos y quejidos
arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte,
Erzébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder,
a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo. Pero, ¿quién
es la Muerte? Es la Dama que asola y agosta cómo y dónde quiere. Sí, y además es
una definición posible de la condesa Báthory. Nunca
nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir. Por eso, tal vez,
representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿cómo ha de morir la Muerte?
Volvemos a las costureritas y a las sirvientas. Si Erzébet amanecía irascible,
no se conformaba con cuadros vivos, sino que: A la que había robado una moneda
le pagaba con la misma moneda... enrojecida al fuego, que la niña debía apretar
dentro de su mano. A la que había conversado mucho en horas de trabajo, la misma
condesa le cosía la boca o, contrariamente, le abría la boca y tiraba hasta que
los labios se desgarraban. También empleaba el atizador, con el que quemaba, al
azar, mejillas, senos, lenguas... Cuando los castigos eran ejecutados en el
aposento de Erzébet, se hacía necesario, por la noche, esparcir grandes
cantidades de ceniza en derredor del lecho para que la noble dama atravesara sin
dificultad las vastas charcas de sangre.

LA FUERZA DE UN NOMBRE


Et la folie et la froideur erraient sans
but dans la maison.

MILOSZ

El nombre Báthory --en cuya fuerza Erzébeth creía como en la de un
extraordinario talismán-- fue ilustre desde los comienzos de Hungría. No es
casual que el escudo familiar ostentara los dientes del lobo, pues los Báthory
eran crueles, temerarios y lujuriosos. Los numerosos casamientos entre parientes
cercanos colaboraron, tal vez, en la apariciónd e enfermedades e inclinaciones
hereditarias: epilepsia, gota, lujuria. Es probable que Erzébeth fuera
epiléptica ya que le sobrevenían crisis de posesión tan imprevistas como sus
terribles dolores de ojos y sus jaquecas (que conjuraba posándose una paloma
herida pero viva sobre la frente).

Los parientes de la condesa no demerecían la fama de su linaje. Su tío Istvan,
por ejemplo, estaba tan loco que confundía el verano con el invierno, haciéndose
arrastrar en trineo por las ardientes arenas que para él eran caminos nevados; o
su primo Gábor, cuya pasión incestuosa fue correspondida por su hermana. Pero la
más simpática era la célebre tía Klara. Tuvo cuatro maridos (los dos primeros
fueron asesinados por ella) y murió de su propia muerte folletinesca: un bajá la
capturó en compañía de su amante de turno: el infortunado fue luego asado en una
parrilla. En cuanto a ella, fue violada --si se puede emplear este verbo a su
respecto-- por toda la guarnición turca. Pero no murió por ello, al contrario,
sino porque sus secuestradores --tal vez exhaustos de violarla-- la apuñalaron.
Solía recoger a sus amantes por los caminos de Hungría y no le disgustaba
arrojarse sobre algún lecho en donde, precísamente, acababa de derribar a una de
sus doncellas.
Cuando la condesa llegó a la cuarentena, los Báthory se habían ido apagando y
consumiendo por obra de la locura y de las numerosas muertes sucesivas. Se
volvieron casi sensatos, perdiendo por ello el interés que suscitaban en
Erzébeth. Cabe advertir que, al volverse la suerte contra ella, los Báthory, si
bien no la ayudaron, tampoco le reprocharon nada.

UN MARIDO GUERRERO



Cuando el hombre guerrero
me encerraba en sus brazos
era un placer para mí...
Elegía anglo-sajona (s. VIII)

En 1575, a los 15 años de edad, Erzébet se casó con Ferencz Nadasdy, guerrero de
extraordinario valor. Este coeur simple nunca se enteró de que la dama que
despertaba en él un cierto amor mezclado de temor era un monstruo. Se le
allegaba durante las treguas bélicas impregnado del olor de los caballos y de la
sangre derramada --aún no habían arraigado las normas de higiene--, lo cual
emocionaba activamente a la delicada Erzébet, siempre vestida con ricas telas y
perfumada con lujosas esencias.

Un día en que paseaban por los jardines del castillo, Nadasdy vio a una niña
desnuda amarrada a un árbol; untada con miel, moscas y hormigas la recorrían y
ella sollozaba. La condesa le explicó que la niña estaba expiando el robo de un
fruto. Nadasdy rió candorosamente, como si le hubieran contado una broma.
El guerrero no admitía ser importunado con historias que relacionaban a su mujer
con mordeduras, agujas, etc. Grave error: ya de recién casada, durante esas
crisis cuya fórmula era el secreto de los Báthory, Erzébet pinchaba a sus
sirvientas con largas agujas; y cuando, vencida por sus terribles jaquecas,
debía quedarse en cama, les mordía los hombros y masticaba los trozos de carne
que había podido extraer. Mágicamente, los alaridos de las muchachas le calmaban
los dolores.
Pero estos son juegos de niños --o de niñas. Lo cierto es que en vida de su
esposo no llegó al crimen.

EL ESPEJO DE LA MELANCOLÍA


¡Todo es espejo!

OCTAVIO PAZ

...vivía delante de su gran espejo sombrío, el famoso espejo cuyo modelo había
diseñado ella misma...Tan confortable era que presentaba unos salientes en donde
apoyar los brazos de manera de permanecer muchas horas frente a él sin
fatigarse. Podemos conjeturar que habiendo creído diseñar un espejo, Erzébet
trazó los planos de su morada. Y ahora comprendemos por qué sólo la música más
arrebatadoramente triste de su orquesta de gitanos o las riesgosas partidas de
caza o el violento perfume de las hierbas mágicas en la cabaña de la hechicera o
-sobre todo- los subsuelos anegados de sangre humana, pudieron alumbrar en los
ojos de su perfecta cara algo a modo de mirada viviente. Porque nadie tiene más
sed de tierra, de sangre y de sexualidad feroz que estas criaturas que habitan
los fríos espejos. Y a propósito de espejos: nunca pudieron aclararse los
rumores acerca de la homosexualidad de la condesa, ignorándose si se trataba de
una tendencia inconsciente o si, por lo contrario, la aceptó con naturalidad,
como un derecho más que le correspondía. En lo esencial, vivió sumida en su
ámbito exclusivamente femenino. No hubo sino mujeres en sus
noches de crímenes. Luego, algunos detalles, son obviamente reveladores: por
ejemplo, en la sala de torturas, en los momentos de máxima tensión, solía
introducir ella misma un cirio ardiente en el sexo de la víctima. También hay
testimonios que dicen de una lujuria menos solitaria. Una sirvienta aseguró en
el proceso que una aristocrática y misteriosa dama vestida de mancebo visitaba a
la condesa. En una ocasión las descubrió juntas, torturando a una muchacha. Pero
se ignora si compartían otros placeres que los sádicos.
Continúo con el tema del espejo. Si bien no se trata de explicar a esta
siniestra figura, es preciso detenerse en el hecho de que padecía el mal del
siglo XVI: la melancolía.
Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de
luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte
es asistido por el yo que sufre por esa incercia. Ëste quisiera liberar al
prisionero, oero cualquier tentativa fracasa como hubiera fracasado Teseo si ,
además de ser él mismo, hubiese sido, también, el Minotauro; matarlo, entonces,
habría exigido matarse. Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por
ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de
espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto
enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos
y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Luego, cuando se acabe la
cuerda, habrá que retornar a la inmovilidad y al silencio. La cajita de música
no es un medio de comparación gratuito. Creo que la melancolía es, en suma, un
problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo
sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta
de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado
desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya "la farsa que
todos tenemos que representar". Pero por un instante -sea por una música
salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia-, el ritmo
lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el del mundo externo,
sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra
animado por energías delirantes.
Al melancólico el tiempo se le manifiesta como suspensión del transcurrir -en
verdad, hay un transcurrir, pero su lentitud evoca el crecimiento de las uñas de
los muertos- que precede y continúa a la violencia fatalmente efímera. Entre dos
silencios o dos muertes, la prodigiosa y fugaz velocidad, revestida de variadas
formas que van de la inocente ebriedad a las perversiones sexuales y aun al
crimen. Y pienso en Erzébet Báthory y en sus noches cuyo ritmo medían los gritos
de las adolescentes. El libro que comento en estas notas lleva un retrato de la
condesa: la sombría y hermosa dama se parece a la alegoría de la melancolía que
muestran los viejos grabados. Quiero recordar, además, que en su época una
melancólica significaba una poseída por el demonio.

MAGIA NEGRA


Et qui le soleil pour installer le
royaume de la nuit noire.
ARTAUD

La mayor obsesión de Erzébet había sido siempre alejar a cualquier precio la
vejez. Su total adhesión a la magia negra tenía que dar por resultado la intacta
y perpetua conservación de su "divino tesoro". Las hierbas mágicas, los
ensalmos, los amuletos, y aún los baños de sangre, poseían, para la condesa, una
función medicinal: inmovilizar su belleza para que fuera eternamente comme un
rêve de pierre. Siempre vivió rodeada de talismanes. En sus años de crimen se
resolvió por un talismán único que contenía un viejo y sucio pergamino en donde
estaba escrita, con tinta especial, una plegaria destinada a su uso particular.
Lo llevaba junto a su corazón, bajo sus lujosos vestidos, y en medio de alguna
fiesta lo tocaba subrepticiamente. Traduzco la plegaria:
Isten, ayúdame; y tú también, nube que todo lo puede. Protégeme a mí, Erzébet, y
dame una larga vida. Oh nube, estoy en peligro. Envíame noventa gatos, pues tú
eres la suprema soberana de los gatos. Ordénales que se reúnan viniendo de todos
los lugares donde moran, de las montañas, de las aguas, de los ríos, del agua de
los techos y del agua de los océanos. Diles que vengan rápido a morder el
corazón de... y también el corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan
también el corazón de Megyery el Rojo. Y guarda a Erzébet de todo mal.
Los espacios eran para inscribir los nombres de los corazones que habrían de ser
mordidos.
Fue en 1604 que Erzébet quedó viuda y que conoció a Darvulia. Este personaje
era, exactamente, la hechicera del bosque, la que nos asustaba desde los libros
para niños. Viejísima, colérica, siempre rodeada de gatos negros, Darvulia
correspondió a la fascinación que ejercía en Erzébet pues en los ojos de la
bella encontraba una nueva versión de los poderes maléficos encerrados en los
venenos de la selva y la nefasta insensibilidad de la luna. La magia negra de
Darvulia se inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los
juegos más crueles; le enseño a mirar morir y el sentido de mirar morir; la
animó a buscar la muerte y la sangre en un sentido literal, esto es: a quererlas
por sí mismas, sin temor.

BAÑOS DE SANGRE


Si te vas a bañar, Juanilla,
dime a cuáles baños vas.
CANCIONES DE UPSALA

Corría este rumor: desde la llegada de Darvulia, al condesa, para preservar su
lozanía, tomaba baños de sangre humana. En efecto, Darvulia, como buena
hechicera, creía en los poderes reconstitutivos del "fluido humano". Ponderó las
excelencias de la sangre de muchachas --en lo posible vírgenes-- para someter al
demonio de la decrepitud y la condesa aceptó este remedio como si se tratara de
baños de asiento. De este modo, en la sala de torturas, Dorkó se aplicaba a
cortar venas y arterias; la sangre era recogida en vasijas y, cuando las dadoras
ya estaban exangües, Dorkó vertía el rojo y tibio líquido sobre el cuerpo de la
condesa que esperaba tan tranquila, tan blanca, tan erguida, tan silenciosa.
A pesar de su invariable belleza, el tiempo infligió a Erzébet algunos de los
signos vulgares de su transcurrir. Hacia 1610, Darvulia había desaparecido
misteriosamente, y Erzébet, que frisaba la cincuentena, se lamentó ante su nueva
hechicera de la ineficacia de los baños de sangre. En verdad, más que lamentarse
amenazó con matarla si no detenía inmediatamente la propagación de las
excecradas señales de la vejez. La hechicera edujo que esa ineficacia era
causada por la utilización de sangre plebeya. Aseguró --o auguró-- que, trocando
la tonalidad, empleando sangre azul en vez de roja, la vejez se alejaría corrida
y avergonzada. Así se inició la caza de hijas de gentilhombres. Para atraerlas,
las secuaces de Erzébet argumentaban que la Dama de Csejthe, sola en su desolado
castillo, no se resignaba a su soledad. ¿Y cómo abolir la soledad? Llenando los
sobríos recintos con niñas de buenas familias a las que, en pago de su alegre
compañía, les daría lecciones de buen tono, les enseñaría cómo comportarse
exquisitamente en sociedad. Dos semanas después, de las veinticinco "alumnas"
que corrieron a aristocratizarse no quedaban sino dos: una murió poco después,
exangüe; la otra logró suicidarse.


CASTILLO DE CSEJTHE


Le chemin de rocs est semé de cris
sombres

P.J. JOUVE

Castillo de piedras grises, escasas ventanas, torres cuadradas, laberintos
subterráneos, castillo emplazado en la colina de rocas, de hierbas ralas y
secas, de bosques con fieras blancas en invierno y oscuras en verano, castillo
que Erzébet Báthory amaba por su funesta soledad de muros que ahogaban todo
grito.
El aposento de la condesa, frío y mal alumbrado por una lámpara de aceite de
jazmín, olía a sangre así como el subsuelo a cadáver. De haberlo querido,
hubiera podido realizar su "gran obra" a la luz del día y diezmar muchachas al
sol, pero le fascinaban las tinieblas del laberinto que tan bien se acordaban a
su terrible erotismo, de nieve y de murallas. Amaba el laberinto, que significa
el lugar típico donde tenemos miedo; el viscoso, el inseguro espacio de la
desprotección y del extraviarse.
¿Qué hacía de sus días y de sus noches en la soledad de Csejthe? Sabemos algo de
sus noches. En cuanto a sus días, la bellísima condesa no se separaba de sus dos
viejas sirvientas, dos escapadas de alguna obra de Goya: las sucias,
malolientes, increíblemente feas y perversas Dorkó y Jó Ilona. Éstas intentaban
divertirla hasta con historias domésticas que ella no entendía, si bien
necesitaba de ese continuo y deleznable rumor. Otra manera de matar el tiempo
consistía en contemplar sus joyas, mirarse en su famoso espejo y cambiarse
quince trajes por día.
Dueña de un gran sentido práctico, se preocupaba de que las prisiones del
subsuelo estuvieran siempre bien abastecidas; pensaba en el porvenir de sus
hijos --que siempre residieron lejos de ella; administraba sus bienes con
inteligencia y se ocupaba, en fin, de todos los pequeños detalles que rigen el
orden profano de los días.

MEDIDAS SEVERAS
...la loi, froide par elle-même, ne saurait
être accesible aux passions qui peuvent
légitimer la cruelle action du meurte.

SADE


Durante seis años la condesa asesinó impunemente. En el transcurso de esos años,
no habían cesado de correr los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre
Báthory, no sólo ilustre sino activamente protegido por los Habsburgo,
atemorizaba a los probables denunciadores. Hacia 1610 el rey tenía los más
siniestros informes --acompañados de pruebas-- acerca de la condesa. Después de
largas vacilaciones, decidió tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino
Thurzó que indagara los luctuosos hechos de Csejthe y castigase a la culpable.
En compañia de sus hombres armados, Thurzó llegó al castillo sin anunciarse. En
el subsuelo, desordenado por la sangrienta ceremonia de la noche anterior,
encontró un bello cadáver mutilado y dos niñas en agonía. No es esto todo.
Aspiró el olor a cadáver; miró los muros ensangrentados; vió la "Virgen de
Hierro", la jaula, los instrumentos de tortura, las vasijas con sangre reseca,
las celdas --y en una de ellas a un grupo de muchachas que aguardaban su turno
para morir y que le dijeron que después de muchos días de ayuno les habían
servido una cierta carne asada que había pertenecido a los hermosos cuerpos de
sus compañeras muertas... La condesa, sin negar las acusaciones de Thurzó,
declaró que todo aquello era su derecho de mujer noble y de alto rango. A lo que
respondió el palatino:... te condeno a prisión perpetua dentro de tu castillo.

Desde su corazón, Thurzó se diría que había que decapitar a la condesa, pero un
castigo tan ejemplar hubiese podido sucitar la reprobación no sólo respecto a
los Báthory sino a los nobles en general. Mientras tanto, en el aposento de la
condesa, fue hallado un cuadernillo cubierto por su letra con los nombres y las
señas particulares de sus víctimas que allí sumaban 610...

En cuanto a los secuaces de Erzébet, se los procesó, confesaron hechos
increíbles, y murieron en la hoguera. La prisión subía en torno suyo. Se muraron
las puertas y las ventanas de su aposento. En una pared fue practicada una
ínfima ventanilla por donde poder pasarle los alimentos.

Y cuando todo estuvo terminado erigieron cuatro patíbulos en los ángulos del
castillo para señalar que allí vivía una condenada a muerte. Así vivió más de
tres años, casi muerta de frío y de hambre. Nunca comprendió por qué la
condenaron. El 21 de agosto de 1614, un cronista de la época escribía: Murió
hacia el anochecer, abandonada de todos. Ella no sintió miedo, no tembló nunca.
Entonces, ninguna compasión ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso
en el exceso del horror, una fascinación por un vestido blanco que se vuelve
rojo, por la idea de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio
constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable. Como
Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory
alcanzó, más alla de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una
prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.

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