PRÓLOGO DE MANU LEGUINECHE para el libro "VIAJERAS INTRÉPIDAS Y AVENTURERAS de CRISTINA MORATÓ.
No por azar aventura es del género femenino. Las correrías con riesgo han sido y son dominio de la mujer tanto como del hombre. Claro que cuando se trata de ilustrar el espíritu de aventura, la historia retiene primero a los nombres de Marco Polo, Colón, Magallanes, Elcano, Cook, Stanley, Amundsen, Lindberg.
Eso se explica porque la historia está escrita por hombres. En la sombra quedan Débora, que condujo a las tribus de Israel a la victoria, Balkis, la reina de Saba que desde Etiopía se fue a seducir al rey Salomón, el de los juicios salomónicos y las minas ocultas en el corazón de África, Malinche la bella azteca que siguió a Cortés en su conquista, de la donostiarra monja Alférez, de Angélica Duchemin que fue la primera mujer condecorada con
Ya es hora de que salgan a la luz las peripecias de las mujeres-viajeras. En su libro Wayward Women Jane Robinson reúne cuatrocientos nombres de escritoras de viajes y tan sólo en inglés. Hace una excepción con una abadesa gallega (o del sur de Francia según otras fuentes), Etaria o Egeria, que es la santa patrona de los trotamundos. Hay otra razón que ha ocultado estos y otros nombres universales. Viajar es cosa de hombres, pero las mujeres no se quedan en casa y con la pata quebrada. Salen, se rebelan, viven, buscan la libertad y rompen los clichés. En
«Por fin —diría Mary Kingsley— mis piernas eran libres.» Cuando es un hombre el que viaja es un Cid Campeador, sí lo hace una mujer hasta la mismísima cazuela del antropófago es una excéntrica. «Peregrina salió —asegura el refrán alemán del medioevo— puta volvió.» Pero «el milagro hay que esperarlo de una mujer», ¿verdad Lamartine?
Para una mujer viajar desde el siglo IV, el de la abadesa Egeria, hasta el siglo XIX (en
El denominador común de las mujeres viajeras-escritoras es esa llaneza de la que hace gala la abuela Egeria, tan alejada de la altanería, la hipérbole, la grandilocuencia y fantasía de tantos hombres-viajeros trotamundos del «ego-trip». Estas damas no ven volar burros como Marco Polo, sino que se atienen a la realidad, la describen con tino y un cierto distanciamiento irónico. Cristina Morató hereda estas y otras virtudes porque lejos de complicarse y complicarnos la vida a sus lectores con giros fantásticos y adornos innecesarios va al tuétano. Se escribe como se es y la autora de Viajeras intrépidas y aventureras nos regala la cortesía de la claridad, de un texto ordenado y funcional. Por añadidura no interfiere en la exposición de vidas tan desconocidas ni trata de colar un ejercicio de estilo. Cristina es así, limpia, rápida, desprendida, de veloz y atenta mirada. Así fue también como se lanzó muy joven a la aventura. «Es tan débil el hombre —escribía Alfred de Vigny en Diario de un poeta— que cuando alguno de sus semejantes se presenta clamando "Yo lo puedo todo", como Napoleón, o "Yo lo sé todo", como Mahoma, puede ya darse casi por vencedor. Tal es la causa del éxito de tantos aventureros.»
Vivir satisfecha de una misma es muy aburrido, de modo que Cristina abandona una carrera fácil, una popularidad efímera en televisión o un despacho con alfombras persas y mirós en las paredes por la aventura pura y simple. Tampoco presume de nada, no es políglota, ni siquiera se cree valiente, pero lo prueba todo con la sonrisa, la alegría, la audacia, el romanticismo, la facilidad de comunicación y el sentido del humor que le son congénitos, Madame Matata como la llamaban enlingala se lanza al puenting o al paracaidismo, pasea su cámara por aquí y por allá. Lo que más le gusta, por eso es periodista independiente, freelance en nuestra jerga, es poder decir adiós. Ni tiene coche, casa propia, nada que le ate en exceso a un punto fijo, aunque vamos a ver qué pasa a partir de ahora que es mamá feliz. Seguro que carga a su niño Alejandro en la mochila.
En fin, que empuña su cámara, sabe mirar alrededor y es feliz así. No va de etnóloga, antropóloga o socióloga con citas por delante de Margaret Mead o Levis Strauss. No, ella peregrina por la vida sin brújula ni compás. De pequeña leyó a Tintín y a Conrad y con ese bagaje y nuevas lecturas ha ido al fin del mundo preguntando y gesticulando, arrojándose sin temor y con fruición a la piscina de todas las culturas, sobre todo latinoamericanas o africanas. Ha salido intacta de estas y otras singladuras, de modo que nunca nos echará el sermón al uso sobre lo duro y espinoso que es viajar. «Lo mío, dice, es la gente.»
Otra de las características que Cristina comparte con las colegas sobre las que escribe es el inconformismo, el desparpajo, el desasimiento de cosas materiales, la compasión, el relato del miedo o la soledad sin exageraciones. Estas damas son de carne y hueso.
«En el fondo —escribió Freya— la verdadera literatura de un país es su atmósfera.» Cristina es bachiller en atmósferas. Jorge Luis Borges llamaba vestíbulos a los prólogos. Éste es sólo un vestíbulo para la «poeta del viaje» catalana. Ya que navega en el segundo plano habrá que pedirle que tras animarse a contar con éxito aventuras ajenas nos cuente un día las suyas.
2 comentarios:
Hola Tere:
Me ha encantado tu blog. Buscando una imagen para insertar en mi blog sobre el libro Viajeras intrépidas y aventureras, he encontrado tu maravilloso esoacio. Yo, en esto de los blogs soy novata, estoy empezando.
Felicidades.
Si quieres echarle un ojo a mi humilde blog, aquí te dejo la dirección:
www.violetaturpin.blogspot.com
Hola Tere:
Y yo, siguiendo el rastro de Violeta Turpin he llegado aquí.
Soy de Girona.
También me ha gustado, mejor dicho me ha "llenado" tu espacio.
Yo también te ofrezco una mirada, bilingüe (en catalán y castellano)sobre mi propia mirada femenina.
Tiene muy poquito tiempo también:
www.hipnosinocturna.blogspot.com
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