sábado, 24 de mayo de 2008

Libros como peces o estrellas.



A las pocas décadas de su creación (s. III a.c.) la Biblioteca de Alejandría contenía tal cantidad de volúmenes que un solo hombre no podría leerlos en toda una vida. Cuenta Manguel (Una historia de la lectura) que cualquier libro que fuese detectado en el puerto era requisado y sólo devuelto a su dueño cuando una copia hubiera sido guardada en la biblioteca. Ante el inmenso desorden con que se acumulaban los libros y la dificultad, por lo tanto, de localizar ejemplares fácilmente, Calímaco de Cirene comenzó la tarea de clasificarlos y ordenarlos de modo que el conocimiento estuviese parcelado y accesible. En el alto medievo eran ya legión los monjes dedicados a copiar minuciosamente códice tras códice para engrosar las estancias dedicadas a la acumulación del saber, y pronto un ejército de traductores, en oriente, en occidente, al norte y al sur, se lanzaron a doblar los alfabetos árabes y latinos para multiplicar las fuentes del conocimiento. Y nacida la imprenta, los barcos cargaban las bodegas que volverían atestadas de oro con celulosa encuadernada para el nuevo mundo, uno de los pocos productos libres de impuestos. Muchos se agruparon en la biblioteca de Sor Juana, tantos que difícilmente su inquietud tendría la fuerza suficiente para doblegarlos. Y ya después el tedio y la desidia y la necesidad de difundir el conocimiento multiplicaron los volúmenes y explotó la cultura en los núcleos urbanos en todas y cada una de las manifestaciones posibles.


Y ahora dicen que la red es un problema porque el exceso de conocimiento es un problema. No lo fue nunca y tampoco hoy. Sólo un miedo insensato o un elitismo inocente pueden pensarlo.
Muy al contrario, se borran las distancias y se liman los impedimentos para acceder a la cultura: no sólo llego a miles de libros descatalogados o inéditos en mi lengua, o a clásicos de todos los géneros y modos, o a centenares de medios de todos los idiomas y lugares del mundo, sino que alcanzo la palabra de quien nunca me rozará con el aliento y rompo los relojes para ver y oír en un tiempo mío. Y aún admitiendo que finalmente sea una ilusión, que toda esa libertad se quede en poco más que un intento, que al final caigamos aplastados por un océano de letras y corcheas, nos queda la belleza de la posibilidad, como la visión de las estrellas o los peces.

Fuente:textos del cuervo

1 comentario:

cholo dijo...

Siempre sera mejor morir aplastado por letras y corcheas que vivir en la ignorancia.Salute