domingo, 28 de septiembre de 2008

Panaderia para pobres.


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Algunos productos de la cultura popular, como en el famoso diálogo de Rebecca de Mornay, la directora de un refugio de homeless (sin techo)de Nueva York (aquel que estaba recibiendo en su puerta trasera bolsas llenas de troncos de muffins), parecen poner de manifiesto que los pobres y desvalidos de los países más avanzados tienen un sentido de igualdad quizá más desarrollado que nuestros pobres, dóciles y sumisos en su gran mayoría."O sea que usted asume que los homeless los comerán, que ellos "comerán cualquier cosa", gritaba de Mornay al dueño de la fábrica de muffins que sólo vendía la parte de arriba y se deshacía de los troncos regalándoselos a los pobres. "Sé lo que usted piensa. Claro, ¡no tienen casa, no tienen trabajo!, ¿Para qué querrían la parte de arriba del muffin? Tienen suerte de tener los troncos". "Nunca antes hemos tenido tantas quejas. Cada dos minutos: '¿Dónde está la parte de arriba de este muffin? ¿Quién se comió lo que falta?', rezongaba muy ofendida la robusta de Mornay.
Si bien se trata de un diálogo de ficción, no puede negarse que Rebecca de Mornay protesta por el reconocimiento del derecho a la igualdad, que es nada menos que el principio que debe presidir la intervención del Estado en favor de los pobres. "¿Por qué no nos dejan también pieles de pollo y cáscaras de langosta?", preguntaba de Mornay a su interlocutora.Algo de esto también sucedió en Salta, hace algunos años, cuando una valiente trabajadora social al servicio del Estado se negó a admitir una donación de pollos abombados efectuada por la familia de un conocido industrial de Salta que, en los días posteriores a la Navidad, desembarcó en un instituto de menores con un cargamento de comida pasada, como si comer pollos en mal estado fuera para los pobres "la cosa más natural del mundo".
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