martes, 20 de enero de 2009

El racismo de la inteligencia


Fuente imagen wikipedia

Bourdieu advirtió que en el seno de las sociedades más ricas del mundo se está generando aquel fenómeno, producto de la distribución desigual del capital cultural.


Por Susana Viau


"Tenemos que usar la sociología con nosotros." Con esa sugerencia, Pierre Bourdieu –Las reglas del arte, La miseria del mundo– ponía fin a las casi tres horas de videoconferencia que lo habían enlazado con un auditorio que lo escuchó como en misa y luego, ordenadamente, intervino. Curioso, las preguntas largas, oscurecidas por la jerigonza especializada, fueron contestadas por uno de los intelectuales más prestigiosos de Francia con una insolente sencillez. No podía ser de otro modo viniendo de quien cree que la función del sociólogo es revelar lo que permanece oculto y apunta sin piedad contra un doble enemigo: el "esteticismo filosófico" y el "aristocratismo social".
Bourdieu comenzó su exposición definiendo la actualidad del capital financiero, "distribuido en grandes compañías de seguro y fondos de inversión y de pensión (...) una máquina infernal, sin sujeto, que impone sus leyes a los Estados mismos" y donde "la búsqueda del beneficio a corto plazo comanda toda la política de reclutamiento, la remuneración y la falta de planificación". Un mecanismo "fundado en la institución de la inseguridad (...) de la precariedad". En Estados Unidos, recordó, los salarios permanecen bajos, aunque la desocupación sea también baja".
Hijos de ese nuevo orden son la mano de obra del telemarketing, un "taylorismo de los servicios" que se nutre de "estudiantes fracasados, técnicos reconvertidos, frágiles" o las cajeras de supermercados, "trabajadores en cadena, obreros especializados de la nueva economía". Una economía dualista "semejante a la que observé en Argelia en los 60", con un "ejército de reserva sin futuro, condenado a sueños milenaristas y minorías privilegiadas de trabajadores estables" en un polo y "en el otro extremo del espacio social, los dominantes-dominados, los ejecutivos, la clase que vive bajo la presión de la urgencia, gana mucho dinero y casi no tiene tiempo para gastarlo", "internacionales", "políglotas". "El mito de que Internet debía cambiar las relaciones entre Norte y Sur está desmentido (...) En el seno de las sociedades más ricas –concluyó– el dualismo reposa en la distribución desigual del capital cultural", generando un verdadero "racismo de la inteligencia". Los pobres "ya no son oscuros, haraganes, sino imbéciles, incultos (...) Los excluidos son confinados al refugio de la nacionalidad y el nacionalismo". La situación, para Bourdieu, invita a los investigadores, a los intelectuales a movilizarse, a construir "una real-politik de la razón".
El panel quiso saber, a esa altura, qué queda para la sociología ante un panorama determinado por la economía. El sociólogo más respetado de Francia fue claro: hay que "discutir y tratar de destruir la frontera entre economía y sociología. Los sociólogos aceptan como evidente esa división del trabajo que se ve hasta en la división de los ministerios. Hay ministerios de economía y ministerios de asuntos sociales (...) Los economistas a veces tienen razón cuando dicen que los sociólogos son ingenuos". El sociólogo, agregaría más tarde, puede observar qué rol cumple el Estado en la sociedad actual (...) En el caso de Francia, un ministro socialista de Economía decidió la desregulación de la economía y contribuyó al desarrollo del poder del mercado (...) La defensa del Estado es algo ambiguo. No se puede defender al Estado de cualquier manera. Hay que defenderlo y al mismo tiempo permanecer críticos (...) El Estado es un instrumento potencial de regulación de los mecanismos económicos, pero tiene una lógica propia de burocratización que hay que controlar". Bourdieu, sin pelos en la lengua, hizo referencia a las obligaciones de sus colegas: "Los sociólogos pueden advertir lo que se prepara, lo que está por venir. No pueden decir cuántos asesinatos habrá, pero pueden advertir que si se profundiza el gap ocurrirán cosas terribles". De lo contrario, "corre el riesgo de no asistir a personas en peligro. Si un astrónomo sabe que va a caer un meteorito y no lo dice, es un crimen". Ya sobre el cierre, planteó lo que pareció una velada exigencia, porque "los sabios, los buscadores (¿investigadores?) –más que los intelectuales–" deben salir de la torre del marfil, lo que no es contradictorio con su autonomía, y ofrecerle a la sociedad sus logros para que puedan ser usados (ver Los intelectuales...).
Según este hombre que el martes 12 de diciembre de 1995, en medio de una poderosa, revulsiva huelga del transporte, se presentó en el salón de actos de la compañía nacional de ferrocarriles, para decirle a los obreros franceses que les daba su apoyo en la lucha contra "la destrucción de una civilización que es, asociada al servicio público, la de la igualdad republicana de los derechos", los sabios, los buscadores, tienen cuatro desafíos: encontrar una traducción que haga sensibles las cuestiones abstractas; destruir la falsedad; encontrar la verdad; encontrar los instrumentos para darle fuerza a la verdad", a la "verdad provisoria", "a la verdad ahora".

Fuente: Página/12, año 2003.Via

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