Joan Ramón Mainat
AVERGONZADO
En la Facultad, contábamos con sorna aquella famosa frase de “No le digáis a mi madre que soy periodista. Ella, la pobre, cree que trabajo en un burdel”. Pero, en realidad, no pensábamos que tuviéramos que estar acomplejados por el hecho de ejercer la profesión de periodismo y, mucho menos, que nuestra santa madre pudiera sentirse avergonzada por ello.
Pasados los años, no sé si en realidad la frase estaba pensada para aquellos de nosotros que, desde el periodismo, optásemos por dedicarnos a la televisión y, para más inri, a la televisión de entretenimiento. “No le digáis a mi madre que trabajo en televisión. Ella, la pobre, cree que me dedico al narcotráfico”.
Pues bien, creo llegada la hora de confesar a los míos que me gano la vida trabajando en programas televisivos de entretenimiento. Es más, me gusta. Y aunque por ello tenga que pedir perdón, lo reconozco: me siento orgulloso de estar en este proceso de creación y producción de programas cuyo principal “defecto” es que gustan a la gente.
Ya pasé mi etapa “honrada”. Escribí mis artículos y mis libros. Cultivé géneros catalogados como dignos. Es más: yo también critiqué con rigor esta televisión que “atonta a las masas”. Ahora no sólo me encuentro cómodo en este infierno al que nos vemos sometidos los que hemos caído en este pecado mediático, sino que me atrevo a hacer proselitismo.
Invito a pecar. Ofrezco la manzana de la tentación, sobretodo a aquellos profesionales o estudiantes más sensibilizados. La llamada televisión de entretenimiento existe y es mayoritaria. No solo eso: seguirá existiendo y seguirá siendo mayoritaria durante algunas décadas. Hay que decidir si entregamos la responsabilidad de este género en exclusiva a los dignos profesionales del circo y las variedades, o animamos a algunos profesionales de la comunicación a entrar con entusiasmo en este terreno.
Yo estoy en esta última opción. La practico, la defiendo y la propago. No es una opción que recoja buenas opiniones, ni distinciones, ni reconocimientos. Quizás en un primer momento incluso hay que ocultarlo a nuestras madres. Pero vale la pena. Si además uno siente el gustillo de ir contra corriente, hoy ir contra corriente no es criticar con suficiencia la banalidad de la televisión. Esto es lo tópico, lo fácil. Hoy ir contra corriente es defender el derecho de todos a hacer o ver los programas de televisión que más les plazca, sin pedir permiso ni perdón a los “gurús”, que todo lo saben y reparten licencias de corrección e incorrección sin que nadie se lo pida.
TOPICOS TIPICOS
Y hablando de tópicos, permitidme que os proponga, al menos para su revisión, algunos de los típicos tópicos, algunos de los mitos, algunas de las afirmaciones que se dan por buenas si nadie se ocupa de desmentirlas o matizarlas.
Primer tópico: los documentales son buenos y los programas de entretenimiento son malos.
O no. Los documentales también pueden ser no sólo malos, sino malísimos. Y los programas de entretenimiento pueden ser no sólo buenos, sino excelentes. En todo caso, lo que determina la posible calidad de un programa no es el género al que pertenece, sino la suma de todos los posibles elementos por los que una obra televisiva puede ser valorada: dirección, realización, producción, presentación, interpretación, guión, fotografía, iluminación, sonido, grafismo, ritmo interno, tono, look, originalidad, capacidad de creación de sentimientos, interés, idoneidad en la elección y tratamiento de los temas, y un larguísmo etcétera que es la suma de los trabajos de un equipo completo de televisión.
A pesar de esta evidencia, no he leído ni oído una mala crítica o un comentario desfavorable a un documental en los últimos años, y en cambio cada día leemos y oímos lo pésimos que son los programas de entretenimiento. Las opiniones son libres, tan libres como las decisiones de los profesionales y programadores, pero reconociendo, eso sí, que lo difícil es analizar una obra televisiva en su conjunto y lo fácil es criticar lo superficial.
Segundo tópico: no hay que darle a la gente lo que les gusta
O sí. A la pregunta clasista de “¿Hay que dar a la gente lo que les gusta?”, muchos responden que no. Lo dicen desde la voluntad de dirigismo de una elite que debe orientar a los ciudadanos, incapaces de saber lo que les gusta y lo que no, lo que les conviene y lo que no. La respuesta a esta pregunta puede tener muchos matices, pero no partamos de la premisa que la voluntad de la mayoría es intrínsecamente mala.
O al menos no apliquemos a la televisión criterios distintos a la política. ¿Tienen qué gobernar los políticos que los ciudadanos eligen? ¿Tienen que emitirse los programas que los espectadores desean? Para ambas preguntas hay sendas respuestas, una en sentido tolerante y democrático, otra en sentido restrictivo y dictatorial.
Tercer tópico: la televisión es la culpable de todo lo que pasa en la sociedad.
O no. Lo hemos oído muchas veces. Unos adolescentes nazis y perturbados ponen una bomba en su escuela: la culpa es de la televisión. ¡Hay que ver la violencia que hay en algunas series! Se lee poco en España: la culpa es de la televisión. No se fomenta la lectura y, además, no se da tiempo al espectador para que pueda leer. Unos energúmenos maltratan a sus mujeres: la culpa es de la televisión. Eso pasa por culpa de los reality shows. Un determinado partido pierde votantes: la culpa es de la televisión. No han salido los minutos suficientes en el Telediario. Los hijos llegan tarde a casa y no obedecen las órdenes de sus padres: la culpa es de la televisión. Siempre potenciando la juerga y el cachondeo. Y así un largo etcétera.
Antes de la invención del automóvil no había accidentes de coches. Aun así, nadie cuestiona el invento. Pues bien: antes de que la televisión fuera inventada, sí había nazis, perturbados, analfabetos, energúmenos, políticos fracasados e hijos desobedientes. Y, probablemente en mayor número. Yo desconfío un poco de los que ven mimetismos entre lo que se ve en televisión y los comportamientos cotidianos de la gente, porque teniendo en cuenta que en su infancia seguramente vieron películas de indios y cowboys, igual me cortan la cabellera.
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