Capital Federal (Agencia Paco Urondo, desgrabación de Mónica Oporto)
Palabras de Alejandro Dolina en la presentación del libro de Aníbal Fernández.
Buenas tardes, muchas gracias, mi intervención será breve y superflua.
Me parece que la presentación de libros es en sí misma un género artístico, un género artístico que acaso tiene más futuro que el libro mismo ya que los libros podrían ser sustituidos por otros procedimientos para leer y en cambio las presentaciones, como estamos viendo, ahora son prácticamente indispensables. Hay inclusive escritores que descubren ya en el apogeo de sus carreras que lo suyo no era tanto escribir sino presentar. Los libros previos no habían sido entonces sino un paso indispensable para la verdadera vocación que era esta “presentación”.
Pero se podría ir incluso más allá y pensar que el libro después de todo no es indispensable y ahí viene la presentación de libros sin libros que trata de simplemente de todo lo que rodea al libro con la ausencia del mismo. Yo quiero decir lo siguiente: ¿debe la persona invitada a una mesa como esta leer previamente el libro que presenta? Yo creo que no.
Yo creo que no porque podría suceder que las opiniones del autor fueran tan fuertes que contaminaran decididamente la opinión propia. Esto es en la Argentina un criterio bastante usual, el tratar de leer lo menos posible para no contaminar la pureza primigenia de nuestra expresión creativa.
Hay un pensador barcelonés llamado Jorge Bagensberg que dice que la lectura, fenómeno literario, es un acto binario que se produce entre dos conciencias parecidas, él dice que el escritor tiene que parecerse un cacho al lector que tiene que haber como un aire de familia. Porque si el libro es demasiado complejo para el que lee sobreviene una falta de interés parecida al aburrimiento, y si por el contrario el libro es demasiado simple para el que lee sobreviene el desdén. Entonces hay casi como un casamiento entre el lector y el autor.
Sin embargo, uno podría objetar por elitista esta idea que viene a decir que es necesaria una competencia para leer un libro. Yo creo que es así. Pero lo peligroso es deslizar esta idea que uno tiene acerca de los libros, a saber: hay que tener cierta competencia para poder entender lo que el libro dice, a la voluntad popular por ejemplo, y creer que es lo mismo votar que leer un libro de física. Creen que la voluntad popular consiste en acertar con un concepto científico previo. Entonces, hay una verdad previa y el votante va al cuarto oscuro y acierta y falla, y no se dan cuenta que no es que no haya un concepto previo que hay que acertar sino que el acto mismo de la voluntad esa es la verdad, no es que estamos acertando o fallando u blanco previamente marcado sino que al votar establecemos el lugar en donde está el blanco.
Este libro es evidentemente la continuación de otro, una continuación que Jauretche había previsto incluso solicitado. Y aquí se cumple con las exigencias habituales en estos casos de continuación, las reglas internas se respetan, digo las reglas internas de la obra primigenia. Y hasta se consigue, me parece a mí, un lenguaje de evidente oralidad en el que nada cuesta adivinar a un hombre irónico y ladino que ha vivido mucho tiempo en el provincia de Buenos Aires.
El libro de Zonceras de Aníbal Fernández tiene además un parecido físico con la edición de Jauretche que realizara don Arturo peña Lillo, con una diferencia, aquellas hojas de libro de Jauretche venían pegadas, venían pegadas unas con otras, y era absolutamente imposible romperlas sin ayuda de un cuchillo, un puñal o una fariñera. Es decir el hombre que quería leer en el colectivo y no venía armado, no podía continuar con la lectura. En este caso, la editorial Planeta que está muy acostumbrada a tratar con lectores desarmados, ha solucionado este problema. Yo rompía, perdón por la autorreferencia... ¡Qué lástima! Venía bien… yo rompía las hojas con el dedo lo cual producía gravísimos daños, incluso dificultaba la intelección del libro. Yo no estoy seguro de haber entendido muy bien a Jauretche probablemente por haber roto las páginas demasiado.
Sin embargo, lo que realmente relaciona este libro que hoy presentamos con el de Don Arturo Jauretche, no es esta colección de similitudes que acabo de señalar, sino más bien sucesos que son exteriores al libro. Bueno, para decirlo de una vez, vivimos un proceso político que en cierto modo está reescribiendo otro. Las zonceras del 50 eran la refutación de una serie de disparates argumentales que se utilizaban contra Juan Perón. Las de hoy tienen esa misma genealogía, digo razonamientos falaces que se deslizan de contrabando al territorio del sentido común ¿para qué? bueno, para evitar que puedan ser discutidos. Se ha señalado muchas veces un paralelismo entre la actual gestión de gobierno y la primera presidencia de Perón: se habla de crecimiento del mercado interno, intervención del estado, política exterior independiente y cercana a los países de América latina, etc. Por primera vez o por segunda en nuestra historia, el poder económico, el establishment, están situados… y el poder político por el otro, están situados en puntos diferentes. Generalmente el poder económico, el poder de las corporaciones, ha estado en le mismo lugar o muy cerquita, del poder político. Y hoy no sucede esto, estos poderes se localizan en puntos diferentes y por eso me parece a mí que la agenda de gobierno está llena de sueños de pizzería, de cosas que hablábamos nosotros en los cafetines.
Sin embargo, creo que hay algo que permite emparentar todavía con mayor perfil ambos procesos, digo este que vivimos y aquel de Juan Perón, y es la identidad de los enemigos: son los mismos ahora que entonces. Por eso continuar denunciando los vicios de pensamiento que Jauretche señaló con tanta agudeza es hoy también indispensable. Y ocurre también algo que conviene decir, porque por ahí seguimos de largo y no nos damos cuenta: de que el kirchnerismo es un fenómeno que sólo pudo haberse producido en el seno del peronismo. Y entonces es muy difícil que aquellos que no pudieron entender aquel proceso puedan entender este. Digo, para terminar, un consejo a la editorial planeta y para los que hemos venido aquí. Creo que a lo mejor nos estamos equivocando. Había un rey de Portugal, Enrique de Portugal, estaba rodeado el tipo por los musulmanes. Un sitio imposible de evitar. Y se le presenta Jesucristo y el rey Enrique dice: ay, No señor, no es aquí donde deben presentarte, yo ya creo en ti, debes presentarte ante los que me están sitiando que no creen. A mí me parece que con este libro pasa igual, no lo compremos nosotros. Hay que regalárselo a la vieja de enfrente de mi casa. Que tiene ese ADN, este bioetipo de mucha gente que incluso es gente muy dulce y respetable pero que por ahí está muy contaminada con esas zonzeras así que compremos uno para nosotros y otro para la vieja de enfrente de nuestra casa
Cierra… Aníbal Fernández cierra su libro con un…ah, con un verso de seis, con una estrofa de seis versos a la manera del Martín Fierro, la mayoría de las estrofas de Martín Fierro están en ese metro, y es de Arturo Jauretche:
Les he dicho todo esto
me parece que pa´ nada,
porque a la gente azonzada
no la curan con consejo,
cuando muere el zonzo viejo
queda la zonza preñada.
Y yo he querido cerrar mi superflua presentación aquí, pidiendo disculpas a todos, con una décima que dice así:
Es difícil, compañero
-Con asombro lo registro-
Sentarse junto a un ministro
Que es cuentista y guitarrero.
De toda esta gente espero
que me entienda y me interprete
y que mi canto respete
cuando en décimas camperas,
le festeje las zonceras
al Jefe de gabinete!
(Agencia Paco Urondo)
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