Sobre cómo recordar una guerra
El autor de estos apuntes pertenece a la misma clase etaria que los ex combatientes de Malvinas pero no vivió la guerra, sino que la transcurrió al amparo de su hogar. Podría haber ido, pero no se dio. El número bajo sacado en el sorteo lo desplazó a un lugar tangencial, como a la mayoría de la población. No hay orgullo ni alivio; sólo una tangente. Pero además, eso no lo convirtió en un combatiente urbano de los que consumían con avidez todo lo que se publicaba, lo que se difundía en la tele y las millones de palabras que se destilaban por radio. Tampoco de los que sintonizaban emisoras extranjeras buscando la verdad de la milanesa. Ni de los que competían para ver quién tenía el dato más certero o reciente, ni de los que se transformaban en excelentes estrategas bélicos señalando los puntos vulnerables del enemigo en improvisados mapas dibujados sobre servilletas en la mesa de un café. Tampoco de los que pronosticaban un futuro por demás de venturoso para nuestro país después de la segura victoria ni de los que predecían un destino de colonia que se extendería por todo el territorio en caso de una posible derrota. Ni de los que contaban los aliados de uno u otro bando, como si se tratara de una partida de TEG; ni de los que donaban sus ahorros para la causa o participaban en colectas; ni de los que mandaban chocolatines, ropa de abrigo o café instantáneo, todo con cartitas de aliento incluidas. Nada de nada. Este ignoto profesor de provincias se atreve a confesar tanto tiempo después de los hechos, que transcurrió la Guerra de Malvinas como un observador descreído. No la tenía clara, pero descreía.(clic en el título para seguir leyendo)
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