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La desesperación de
los “sin retorno”(Gustavo Rosa)
Confusa la jornada del 20N. Difícil saber quiénes adhirieron
y quiénes fueron obligados a sumarse. Desistir del intento de ingresar a la
ciudad para cumplir con la jornada laboral porque los accesos están bloqueados
no es la forma tradicional de incorporarse a una medida de fuerza. Tampoco lo
es recibir amenazas para bajar las persianas. Los organizadores consideran que
la huelga nacional resultó un éxito, pero esto es muy complejo de verificar. El
derecho de huelga es indiscutible, como también lo es el derecho a trabajar. El
día de la soberanía encontró a muchos trabajadores que no tuvieron la opción de
ejercer su voluntad. El 20N puede analizarse desde sus efectos, pero su
legitimidad se opaca ante las demandas, los métodos y, sobre todo, con sus
impulsores, una mezcolanza de vanidades cuyo único fin es oponerse. Un cóctel
explosivo que finge defender los derechos de los trabajadores. Un día más con
indignados que tratan de vulnerar el proyecto en curso en pos de sus demandas
mezquinas. Un nuevo episodio de esta saga, cuyo final se sitúa mucho más allá
del 7D.
El verdadero espíritu de este paro general lo dio el
dirigente de la CTA opositora, Pablo Micheli. “De lo que se trata es de que
quien tenga ganas de ir a trabajar, no vaya”, explicó, pisoteando los derechos
elementales de cualquier trabajador. Tampoco hay que escandalizarse porque una
protesta corte una autopista, una avenida o una ruta. Pero bloquear de manera
sincronizada todos los accesos supera lo racional. Sobre todo, porque la
situación no lo justifica. Los motivos que se esgrimieron no ameritan medidas
tan extremas. La semana pasada, CFK dio una señal positiva respecto al mínimo
no imponible del mal llamado impuesto a las ganancias. No sólo anunció que no
se iba a descontar el porcentaje correspondiente en el sueldo anual
complementario de diciembre, sino que impulsó la discusión de ese tributo en
los acuerdos de paritarias. Eso sí, más allá de las anécdotas del 20N,se hace
imprescindible una ley que reformule el sistema impositivo de nuestro país para
que sea más justo y progresivo. Hay sectores que ganan fortunas y están exentos
y esto es inaceptable.
Por supuesto, muchos de los que se sumaron a la jornada
pedían la eliminación de lo que erróneamente consideran un impuesto al trabajo.
El impuesto a los ingresos existe en muchos países del mundo y con mínimos más
bajos. No se puede sostener un Estado que impulse el desarrollo con inclusión,
que incremente la obra pública, que disminuya las inequidades sin
financiamiento. Y los impuestos son los que solventan esas acciones que han
dado resultados altamente positivos en estos nueve años. En la discusión por el
impuesto a las ganancias hay una trampa, disfrazada de defensa del sueldo de
los trabajadores.
Los exponentes de la oposición no escatimaron expresiones de
regocijo ante la medida de fuerza de la CGT disidente, de la CTA de Micheli y
esa amplia galería de fenómenos incalificables. “El paro responde a un reclamo
legítimo de que no se siga financiando el déficit del Estado con el sueldo de
los trabajadores, en lo que significa no actualizar el mínimo no imponible”,
sostuvo el legislador radical Ricardo Gil Lavedra. “El Gobierno declama unidad
nacional, pero desconoce los reclamos del pueblo”, declaró Ricardo Alfonsín,
apelando a una frase de catálogo. “La relación de los trabajadores y el Frente
para la Victoria está resquebrajada y rota”, pontificó la senadora María
Eugenia Estenssoro. Y el senador socialista, Rubén Giustiniani, consideró que
“el Gobierno debe escuchar el justo reclamo de los trabajadores, que es elevar
el piso del Impuesto a las Ganancias”. Si el Gobierno Nacional eleva el mínimo,
muchos asalariados dejarán de aportar al Estado, lo que conduciría
inevitablemente al déficit. Del déficit se sale con recortes o con
endeudamiento. Si los trabajadores con un sueldo menor a los diez mil pesos
–por ejemplo- dejan de tributar, el Estado recauda menos.
Y ahora viene la trampa, la solución que pocos sugieren:
ampliar hacia arriba el espectro de los contribuyentes. Lo que significa, lisa
y llanamente, que paguen más los que más tienen y ganan. Por un lado, habría
que eliminar las exenciones de las que gozan los jueces, las exportadoras
cerealeras y mineras, la renta financiera y los jerarcas de la Iglesia
Católica, entre otros. Por el otro, establecer escalas diferenciales, de manera
tal que para los ingresos mínimos se aplique un índice menor que para los
ingresos mayores. La trampa está en que una iniciativa de estas características
desataría un conflicto de impredecibles consecuencias con los Poderes Fácticos.
Por eso los laderos, acólitos y apologistas apuntan en sus carroñeras
intervenciones a la desfinanciación del Estado y a la sugerencia tácita del
ajuste. O peor aún. El aislamiento del mundo que tanto pregonan se relaciona
más con el mercado financiero especulativo que con cualquier otra cosa. Los que
siempre manejaron a su antojo la economía vernácula añoran el país en crisis,
porque sus ganancias son mayores; desean un Gobierno débil para poder
especular; desean una población empobrecida y suplicante a la que poder
conformar con migajas. Todo esto encierra la discusión por el impuesto a las
ganancias, camuflado con una edulcorada preocupación por los trabajadores que
menos ganan. La trampa es la encrucijada en la que este tema ubica al equipo de
CFK:elegir entre ajuste, endeudamiento o enfrentar a los grandotes para cobrar
más impuestos.
“Me voy a bancar las que me tenga bancar, porque a mí no me
corre nadie, y menos con amenazas o matones”, aclaró, por si hiciera falta, La
Presidenta, en el acto por el Día de la Soberanía. “La voluntad de los
trabajadores no puede ser dominada por nadie –agregó- los argentinos tenemos
que tener la libertad de elegir qué es lo que queremos hacer, no se puede
someter a la extorsión o a la amenaza”. Hay algo interesante que siempre debe
recordarse: gritan los que no tienen razón o están derrotados. “La proporción
de la metodología utilizada va en relación directa con el grado de debilidad
que tienen quienes convocan”, consideró el ministro de Trabajo, Carlos Tomada.
“La totalidad de los trabajadores representados, si hubieran parado absolutamente
todos, no representa más del 25 por ciento –explicó- porque sumados Micheli y
Moyano, ambos no representan a más del 25 por ciento de los trabajadores”.
Muchos o pocos, nunca lo sabremos. Lo que sí, quedó claro
que se oponen.También, que su acción opositora resulta funcional a intereses
oscuros. Aunque afirmen defender a los trabajadores, muchos de los aliados
contradicen ese objetivo. Gerónimo Venegas es el más claro ejemplo, pues
representa a un sector laboral atrozmente precarizado. Ni hablar de la Sociedad
Rural o Federación Agraria. O de Luis Barrionuevo, un sobreviviente de la
cleptocracia sindical.
Todos los que se montaron al paro del martes trataron de
advertir una ruptura entre el Gobierno Nacional y los trabajadores. Lejos de
eso, estos años han estado signados por la recuperación de las fuentes de
trabajo, la disminución de la pobreza y la indigencia y la ampliación de
derechos. Y muchas otras cosas más que sería extenso enumerar. El 20N no fue
tan masivo como lo pintan y por eso no se congregaron en Plaza de Mayo. Si tuvo
efectos notorios fue por el estilo novedoso que estrenó. Aunque Moyano y su
troupe quedaron encantados, no está en el horizonte una medida similar. Ya
cumplieron: inventaron un hecho para nutrir a los sicarios mediáticos. Que pase
el que sigue. En los próximos días generarán una nueva sacudida que apenas
impactará en el escenario político. Cada intentona resulta más débil.Esto
fortalece al gobierno de Cristina. Y también a los millones que no ven la hora
de manifestar su fervoroso apoyo a la construcción del país soñado. Esos
millones que están ansiosos por florecer y clamarlo a los cuatro vientos.
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