lunes, 26 de mayo de 2008

La web como memoria organizada


Accedo a este detallado y muy interesante artículo...es largo sí...pero conforme te adentras en él es más interesante. Es de Javier Candeira y accedí por la página de jamillan.

“La diferencia entre información y conocimiento es la siguiente:
información es cuando tienes el número de teléfono de Christie Turlington;
conocimiento es cuando tienes a Christie Turlington[1]
P.J. O’Rourke,

Age and Guile Will Beat Youth, Innocence And A Bad Haircut

Introducción: The Knowledge

La primavera pasada, una noticia recogida por la BBC llamó mi atención. Científicos del London University College habían descubierto que los cerebros de los taxistas londinenses tenían el hipocampo más grande que los de las personas que no conducían taxis por Londres.[2] No sólo lo tenían más grande (de media, que se dice en estos casos) como colectivo; el crecimiento del hipocampo era más acusado en aquellos profesionales que llevaban más tiempo en el oficio. Ser taxista en Londres hace que le crezca a uno el hipocampo, vaya.

La causa de este crecimiento se atribuye al hecho de que para obtener la licencia, un taxista ha de conocer de memoria el intricado callejero londinense, también conocido como The Knowledge[3]. El Conocimiento, con K mayúscula. El Conocimiento por antonomasia. Extraer una primera conclusión es tan fácil como castizo: el saber que ocupa lugar, después de todo. Lo que los científicos británicos deducen es más complejo: el hipocampo, lugar del cerebro donde los neurólogos sospechan que puede residir la coordinación de la memoria, crece según aumenta la capacidad del individuo de navegar por su entorno.

No se trata de una simple memoria literal; la capacidad de recordar está tan entrecruzada y relacionada como posibles rutas hay entre dos puntos cualesquiera de una metrópolis. Se diría que el nombre dado al callejero es especialmente apropiado, porque lo que almacenan los cerebros humanos no es información, sino conocimiento. Y el hipocampo es, según parece demostrar el experimento londinense, lo que nos hace capaz de recordar y navegar por nuestro entorno, gracias al conocimiento adquirido a través de la experiencia.

En su libro El arte de la memoria, (Taurus, 1974), Frances Yates describe la mnemotécnica griega como una ciencia hermética, en la que cada idea o concepto se asocia a una habitación de un edificio, el Palacio de la Memoria. El origen de esta técnica se atribuye al poeta griego Simónides, pero su escuela se puede rastrear hasta el Renacimiento a través de Cicerón, Santo Tomás de Aquino y Giordano Bruno. Los novatos en este arte de recordar basaban sus palacios en edificios reales, pero los maestros podían inventar espacios artificiales, llenos de alcobas y nichos en los que depositar sus recuerdos. Que esta técnica, arte o ciencia de la memoria tenga una utilidad real es muy revelador: en el cerebro humano los recuerdos y la capacidad de visualización espacial están relacionados de una forma que permite recuperarlos a voluntad.

El título de este artículo es una metáfora inspirada por el descubrimiento londinense. Pido de antemano disculpas a los neurofisiólogos que, con el vello del cogote erizado, estén en este momento dejando caer su ejemplar de la Revista de Occidente y corriendo hacia sus escritorios para componer una bien mesurada pero enérgica carta de protesta al editor. No sé si Internet se parece más al hipocampo que a la hipófisis, o al menos no estoy muy seguro. Pero estoy convencido de que Internet actúa como un sistema nervioso de orden superior, que interconecta y coordina operaciones en las que la voz de la colmena es más eficiente, más cierta, más afortunada que la voz de cada uno de sus individuos.

Si el mundo está, como vislumbraba Teilhard de Chardin, recubierto de una noosfera, una capa de materia pensante con una conciencia propia, la Internet es el sistema nervioso artificial que nos permite pensar como una comunidad, con facultades que superan a la de cada una de sus partes, sea cualitativa o cuantitativamente. Esas partes que integran la noosfera somos nosotros, y la Web es nuestro hipocampo colectivo, la sede de nuestra común memoria y capacidad de asociación, navegación y filtrado. Teilhard de Chardin habría dicho que la evolución humana culmina en una evolución cultural y tecnológica, que se encarna en un órgano cerebral externo.[4]

Propuesta la tesis, entremos en la exposición.Lee todo aquí

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