viernes, 12 de septiembre de 2008

Como si fuera un mundo iluminado.

1. Como si fuera un mundo iluminado .

El hombre blanco quería apenas un trocito de tierra, una parcela del tamaño de la piel de un buey, donde pudiese cultivar verduras para la sopa. Luego….
(De la tradición oral de los Delaware sobre la llegada de los primeros holandeses a la isla de Manhatan, 1609).

Aquí, en esta ciudad casi negra del sur andaluz, los negros amanecidos que no consiguen trabajo en invernaderos, caminan un rato por las calles y luego se sientan en la arena, junto al mar.

Es verano y en la playa hay bañistas. Pero los negros, que han dejado tanto otra vez y para siempre África, no se bañan en el mar; nunca los vi bañarse, miran nada más, vestidos, el agua. Cuando llegaron a América como esclavos de los esclavistas no podían volver. Cuando llegan ahora como esclavos de la exclusión, sin "papeles", tampoco pueden volver, porque en ese caso no podrían regresar a la Europa euro (como si la moneda fuese una cualidad) y para cuyo viaje inaugural hubo tanto tiempo comprimido, tanta pesadez de roca, tanto dolor al costado. "Sin papeles", son esclavos de la invisibilidad legal. Cierto que comen mejor que en África, comen incluso; que beben agua mejor que en África, beben incluso; que visten mejor que en África, visten incluso. Pero sin papeles no pueden volver, de manera que miran el mar, miran el horizonte del mar como si tuvieran esponjas en los ojos, la luz atardecida en los ojos; miran con las venas moradas hacia el mar detrás del cual está el África, a la que nadie que sea de allí y no tenga "papeles" aquí puede volver. Miran con una mano en la oreja, como oyendo por un caracol, sentados, vestidos en medio de los bañistas que gritan, ríen, ellos que parecen sentados ante un altar, adormecidos por el vaivén del oleaje y su ritmo que les murmura, tu esposa está al otro lado, la madre está al otro lado, tu hijo está al otro lado, la madre de tu madre está al otro lado, la misericordia no está en ningún lado, la economía en todos. Pero aquí, si trabajas mañana comes, bebes, vistes la luz granulada, la invitación, la señal del día en que se debe llorar escondido como un perro porque lo peor es que te tengan lástima. Este hombre vestido, rodeado de bañistas desnudas y rubias más desnudas todavía, llegadas desde la desnudez helada de Alemania. Este negro mira como miraban su antepasados esclavos en Jamaica, o Cuba, o El Salvador, el mar, con los ojos cubiertos de polvo, en todo caso, en barro, en arenas del camino, en agua salada del camino; y mira sin observar la turquesa en que se ha vuelto el mar sin que él jamás haya visto una diadema de turquesa, ni la vea nunca, porque se mira en un espejo negro en una fiesta oscura de una soledad opaca con una venda negra en la mano y una premonición negrísima en la cabeza: nunca tendrás los "papeles", y si los llegas a tener nunca podrás volver al otro lado del mar, y si acaso logras volver, nunca podrás regresar, porque tienes una deuda original con la euro justicia europea, como una deuda con Dios, que es todopoderoso y euro, el haber entrado sin "papeles", ilegalmente; así que toma asiento en la arena y el agua se abre ante su mirada como si Moisés estuviera obrando sobre el mar rojo sembrado de maíz rojo, de patatas rojas, de ají rojo, de camotes rojos, de aguas rojas. No hay cómo ir, ni cómo volver. Por eso él mira, sentado, vestido entre las risas marinas de las sirenas alrededor y los niños embistiendo las olas. Tiene la cabeza rapada el que mira el agua rapada. Tiene una cabeza india y una trompa simia, es el hombre original. Nuestro padre. El descendiente directo de Dios y la raíz maravillosa del homo sapiens. Pero no tiene dónde ir y dónde volver. El mar es un pavimento negro delante, con focos de luz eléctrica delante, con líneas blancas a los costados delante, y no hay cómo correr por esta carretera de gotas acumuladas de agua. Su cuerpo negro tiene sobre la arena una sombra blanca, por lo menos más clara que su cuerpo, pero él mira la oscuridad en el mar, abraza el pavimento caliente y se hunde. Es húmedo este hombre, y tiene olor a camino, olor penetrante, distinto al de las alemanas que toman luz desnudas como caimanes a seis metros de los suyos.

Ellas huelen. El suda pateras, algodón de azúcar, maní, plátanos, sábanas de hoteles mugrientos, ropa abochornada, zapatillas de segunda mano, palabras no dichas, mares exactos, sencilla ignorancia, lunas eclipsadas en betún; sin ofuscación suda cualquier cosa menos Chanel o gel de baño. Las alemanas, acostadas de espaldas al sol, le muestran el culo al sol con los ojos cerrados, plenas y descansadas, descansando. Son hermosas. El negro ni las vio y, si las vio, ellas no lo vieron, y si ellas lo ven es como si no lo hubieran visto nunca, por eso él mira la mar, donde al otro lado está también el mar, mira profundamente como si fuera por primera vez, como si fuera un mundo hecho a trasluz, así de barato.

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