miércoles, 3 de diciembre de 2008

La única certeza es la incertidumbre.



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Zygmunt Bauman:

El padre de la teoría de la modernidad líquida presentó ayer una ponencia en los Debates de Educación que organizan la Fundació Jaume Bofill y la UOC.

NÚRIA NAVARRO
--Anticipó usted esta zozobra de ahora hace tiempo. ¿Y ahora qué?
--Hace 20 años hablé de una sociedad que ya no mantendría la ilusión de que todo cambio acarrearía una solución permanente. Lo llamé la modernidad líquida. Pero yo nunca hago predicciones. Solo soy sensible a lo que veo.

--¿Y qué ve?
--Hace poco vi un anuncio en televisión sobre un rímel.

--¿Se refiere a la máscara de ojos?
--Sí. Aseguraba el espot que ese rímel duraba un largo plazo: 24 horas. Inmediatamente lanzaba un mensaje tranquilizador: "En cualquier momento se lo pueden retirar con agua tibia". El término largo plazo es impopular.

--Intranquilizador.
--Cuando yo era joven, podías ir a la Ford o la General Motors, entrar como aprendiz y jubilarte allí. A partir de esa seguridad, montabas una familia, te comprabas la casita y te hacías un seguro. Eso se acabó. La estadística dice que el joven que acaba la universidad cambiará ocho veces de empleo antes de los 35 años.

--Entre tanta mudanza, ¿qué certeza nos queda?
--Blaise Pascal, matemático y filósofo francés del siglo XVII, escribió sobre el temor que provocaba la propia temporalidad frente a lo eterno, a lo inalterable, del mundo. Esa relación se ha invertido. Hoy es el mundo el que cambia continuamente, y la certeza está en la propia existencia.

--¿Sobrevivo, luego existo?
--Algo así. Los bancos, las empresas, los gobiernos, los regímenes, los estilos de vida, las pertenencias se han contraído. Las expectativas se han abreviado y, mientras, tenemos una mayor esperanza de vida. La conclusión razonable que extrae la gente es que tiene que sobrevivir, que centrarse en sí misma. No se puede fiar de nadie más.

--No es una situación óptima.
--El impulso de la economía de los últimos 30 años, con crestas de mayor opulencia, se basó en el crédito. Hoy todo el mundo está endeudado. Al parecer, la deuda de Estados Unidos es de siete trillones de dólares. Personalmente, creo que esta crisis es el producto del éxito del sistema, no de su fracaso. Un banco tiene éxito cuando concede muchos préstamos. Y han convertido a toda la población en una nación de deudores. Frente a eso hay que replantear los principios en los que se basa nuestra economía.

--¿Sugiere una orientación hacia la austeridad?
--Eso sería un cambio en la forma de vivir, pero yo sugiero un cambio en la forma de pensar. Hay que pensar, por ejemplo, qué significa una vida decente, la felicidad, lo que debe ser la finalidad de nuestra existencia. La gente joven ha sido formada en las expectativas, en que siempre habrá más de todo... Pero hay una segunda cosa que nos obligará a reconfigurar el modelo.

--Usted dirá.
--Nos enfrentamos a la crisis climática, a la destrucción de los medios tradicionales de subsistencia, al agotamiento de los recursos.

--Dios, Estado, familia, trabajo, naturaleza. Un hundimiento general.
--Desde la perspectiva de mis 83 años, al mirar hacia atrás, veo el itinerario como un cementerio de expectativas. Todos los acontecimientos importantes del siglo XX se produjeron de forma inesperada. La única certeza que tenemos es la incertidumbre.

--La incertidumbre produce miedo, y el miedo resta libertad.
--Bueno, está la libertad de lo desconocido. No sabemos qué sucede y, lo peor de todo es que, aunque lo supiéramos, tampoco podríamos hacer nada.

--A todo esto, ¿qué pasa con la cultura?
--La cultura se ha convertido en un almacén de productos previstos para el consumo. Consiste en ofrendas, no en normas. En la vida líquida no hay gente que educar sino que hay clientes que seducir. Los artículos y sus anuncios buscan excitar el deseo. El sistema se ha dado cuenta de que no se puede ganar dinero imponiendo.

--¿Qué le parece a usted este panorama, profesor?
--Todo lo que enseñé a mis estudiantes está patas arriba. Eso es muy, muy interesante. Obliga a replantearse muchas cosas.

--Falta que haya ganas.
--Vivimos en un planeta de diásporas. Basta con pasear por ciudades como Barcelona para darse cuenta de que hay culturas distintas en la calle. El mundo que conocíamos de la bildung alemana, de la formación, ya no existe. Antes, cuando los niños nacían ya sabían cuáles eran las reglas del juego, qué debían memorizar. Y, si se desviaban de la norma, estaba la familia para cambiar la situación, o para ocultar. Ese mundo se acabó. Todo es movilidad. La pertenencia, como sugiere Jean-Claude Kaufmann, se utiliza principalmente como un recurso del ego.
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