Domitila Chungara, uno de los íconos de la lucha por la democracia en Bolivia, era una mujer sincera y honesta, que decía lo que pensaba en cualquier circunstancia y no se amilanaba ante nada ni ante nadie.
(Fragmento de la participación de Domitila Chungara en el Foro del Año Internacional de la mujer en México, en 1974. Extraído del libro ‘Si me permiten hablar’)
Discusión con Betty Friedman, líder feminista de Estados Unidos.
Friedman pidió que nosotras dejáramos nuestra actividad belicista, que estábamos siendo manejadas por los hombres, que solamente en política pensábamos e incluso ignorábamos por completo los asuntos femeninos, como hace la delegación boliviana, dijo ella.
Entonces yo pedí la palabra. Pero no me la dieron. Y bueno, yo me paré y dije: “Perdonen ustedes que a esta tribuna yo la convierta en un mercado. Pero fui mencionada y tengo que defenderme, he sido invitada a la tribuna para hablar sobre los derechos de la mujer por el derecho a participar, a organizarse, pero en la realidad no la aplica sino a la burguesía.
Y una señora se acercó a mí. Y me decía:
—Hablaremos de nosotras, señora... Nosotras somos mujeres; olvídese usted del sufrimiento de su pueblo, olvídese de las masacres. Hablaremos de nosotras... de usted y de mí... de la mujer, pues.
Entonces le dije:
—Muy bien, hablaremos de las dos. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras las mujeres de los mineros tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos 90 días para abandonar la vivienda y estamos en la calle.
Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?
Pero en aquel momento, bajó otra mexicana y me dijo:
—Oiga usted: ¿qué quiere usted? Ella aquí es la líder de una delegación de México y tiene la preferencia. Además, nosotras aquí hemos sido muy benevolentes con usted, la hemos escuchado por la radio, por la televisión, por la prensa, en la Tribuna. Yo me he cansado de aplaudirle.
A mí me dio mucha rabia que me dijera esto, porque me pareció que los problemas que yo planteaba servían entonces simplemente para volverme un personaje de teatro al cual se debía aplaudir... Sentí como si me estuvieran tratando de payaso.
—Oiga, señora —le dije yo— ¿y quién le ha pedido sus aplausos a usted? Si con eso se resolvieran los problemas, manos no tuviera yo para aplaudir y no hubiera venido desde Bolivia a México, dejando a mis hijos, para hablar aquí de nuestros problemas.
Guárdese sus aplausos para usted, porque yo he recibido los más hermosos de mi vida y ésos han sido los de las manos callosas de los mineros.
Y tuvimos un altercado fuerte de palabras.
Al final, me dijeron:
—Ya que tanto se cree usted, súbase entonces a la Tribuna. Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro. Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplica lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros.
(Enviado por Agustín Tarifa Camacho, sociólogo, Ministerio de Salud y Deportes)
(Fragmento de la participación de Domitila Chungara en el Foro del Año Internacional de la mujer en México, en 1974. Extraído del libro ‘Si me permiten hablar’)
Discusión con Betty Friedman, líder feminista de Estados Unidos.
Friedman pidió que nosotras dejáramos nuestra actividad belicista, que estábamos siendo manejadas por los hombres, que solamente en política pensábamos e incluso ignorábamos por completo los asuntos femeninos, como hace la delegación boliviana, dijo ella.
Entonces yo pedí la palabra. Pero no me la dieron. Y bueno, yo me paré y dije: “Perdonen ustedes que a esta tribuna yo la convierta en un mercado. Pero fui mencionada y tengo que defenderme, he sido invitada a la tribuna para hablar sobre los derechos de la mujer por el derecho a participar, a organizarse, pero en la realidad no la aplica sino a la burguesía.
Y una señora se acercó a mí. Y me decía:
—Hablaremos de nosotras, señora... Nosotras somos mujeres; olvídese usted del sufrimiento de su pueblo, olvídese de las masacres. Hablaremos de nosotras... de usted y de mí... de la mujer, pues.
Entonces le dije:
—Muy bien, hablaremos de las dos. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras las mujeres de los mineros tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos 90 días para abandonar la vivienda y estamos en la calle.
Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?
Pero en aquel momento, bajó otra mexicana y me dijo:
—Oiga usted: ¿qué quiere usted? Ella aquí es la líder de una delegación de México y tiene la preferencia. Además, nosotras aquí hemos sido muy benevolentes con usted, la hemos escuchado por la radio, por la televisión, por la prensa, en la Tribuna. Yo me he cansado de aplaudirle.
A mí me dio mucha rabia que me dijera esto, porque me pareció que los problemas que yo planteaba servían entonces simplemente para volverme un personaje de teatro al cual se debía aplaudir... Sentí como si me estuvieran tratando de payaso.
—Oiga, señora —le dije yo— ¿y quién le ha pedido sus aplausos a usted? Si con eso se resolvieran los problemas, manos no tuviera yo para aplaudir y no hubiera venido desde Bolivia a México, dejando a mis hijos, para hablar aquí de nuestros problemas.
Guárdese sus aplausos para usted, porque yo he recibido los más hermosos de mi vida y ésos han sido los de las manos callosas de los mineros.
Y tuvimos un altercado fuerte de palabras.
Al final, me dijeron:
—Ya que tanto se cree usted, súbase entonces a la Tribuna. Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro. Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplica lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros.
(Enviado por Agustín Tarifa Camacho, sociólogo, Ministerio de Salud y Deportes)
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