viernes, 25 de mayo de 2012

BOLIVIA y el racismo


Juana Azurduy  fuente imagen 

El racismo (I)


Opinión
Por Idón Moisés Chivi Vargas (*)   FUENTE

La Segunda Guerra Mundial hizo que el mundo entero, pero muy particularmente Europa —víctima de sus prácticas coloniales— y por detrás los EEUU, visualizara el racismo como un problema político, y por lo tanto la necesidad universal y humana de diseñar mecanismos para contrarrestarlo, debilitarlo y disolverlo en pos de su paulatina erradicación en el Estado y la sociedad.

La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) y la Convención Internacional Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación (1965) son los instrumentos internacionales fundantes para comprender la aspiración humana de erradicar el racismo.

Pero el racismo no es un problema propio de la Segunda Guerra Mundial.

El hecho de que los europeos y los norteamericanos lo hayan vislumbrado políticamente, hayan hecho conciencia jurídica y generado su repudio universal “después del holocausto” (millones de judíos asesinados en las cámaras de gas y los hornos crematorios por razón de raza) no es más que el momento previo, la señal y el inicio de que algo andaba mal en la humanidad entera.Ese “algo andaba mal” tiene un nombre: racismo.

Y un apellido: colonial

Efectivamente, los estudios de Claude Levy Strauss (1960, por encargo de la Unesco), Michel Foucault (1976), Paul Feyerabend (1978), Zvetan Todorov (1989), Michel Wieviorka (1990), Sebastián Mira y Caballos (2009), Bartolomé Clavero (2011), Eugenio Raúl Zaffaroni (2012) por un lado; y por el otro las indagaciones de Albert Memmi (1965), Franz Fanon (1969), Pablo González Casanova (1969) y Silvia Rivera (1989-2009), vistos en conjunto, nos llevan a la conclusión de que el racismo es un dato de poder cuya historicidad nos remite directamente al proceso de colonización iniciado por Christophorus Columbus (Cristóbal Colón).

De hecho, como lo señala el búlgaro Zvetan Todorov, si una fecha de nacimiento tuviéramos que buscarle al racismo, ésa sería el 12 de octubre de 1492.

Estos científicos sociales (historiadores, antropólogos, filósofos y juristas) denuncian —en resumen y de variadísimas formas— que el racismo es un producto elaborado a lo largo de los últimos cinco siglos sobre un cimiento llamando “diferencia racial”, pero cuyo eje fundante es la “diferencia religiosa”, tal como últimamente lo evidenció la relatora especial del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas, Tonya Gonnella Frichner, en su Doctrina del descubrimiento (mayo 2012).

Un recorrido por estos autores y sus reflexiones nos permite pasar de una creencia ingenua en la conquista del paraíso a conocer —y por lo tanto comprender históricamente— el genocidio de los imperios azteca, maya e inca; el genocidio de cantidades no cuantificadas de culturas, en climas tropicales o áridos, que no habían llegado a un nivel de estatalidad concentrada como los primeros.

Estos hechos constituyen —hoy en día— la evidencia de que millones perecieron en nombre de un dios carnicero, un dios que Bartolomé de las Casas no reconocía como cristiano. Y será precisamente gracias a Las Casas que tenemos testimonios de la barbarie europea del racismo en su génesis mercantil, en su diseño arquitectónico, en su normalización y sedimentación religiosa y  militar, todo bajo la máscara evangelizadora. Al lado de Las Casas, el cronista indio Guamán Poma de Ayala (1612) nos describirá de un modo casi tomístico la transición entre el buen gobierno del Tawantinsuyu y el mal gobierno colonial, donde entre relato y relato se pueden analizar los orígenes del racismo en el orden colonial del siglo XVI.

Así pues, el racismo es el resultado, el producto final de una larga cadena de apologías de la invasión, el genocidio y el saqueo desde la llegada de Colón a estas tierras. De hecho, el molde acuñado en las Américas fue utilizado prolíficamente por África, la India, Asia y Australia.

Unos hábitos donde unos se miran, sienten  y actúan ‘normalmente’ como inferiores; y otros se miran, sienten y actúan ‘normalmente’ como superiores.

Ésa es la dimensión de una sociedad con profundas herencias coloniales.

Herencias típicas en una sociedad de acomplejados.

(*) Es abogado y defensor de los derechos humanos. FUENTE
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